Por: Carolina García Martini, Ms.C.
La familia López Morataya acaba de dar la bienvenida a su primer hijo y se encuentran reflexionando acerca de la mejor manera de cuidarlo durante sus primeros años. Se plantean diversas opciones: ¿deberían recurrir a la abuela, contratar a una empleada doméstica, contar con la ayuda de una tía o tal vez considerar que la madre tome un período sabático en su trabajo para dedicarse al bebé?
Estos cuestionamientos son habituales entre los padres al tomar decisiones relacionadas con la crianza y atención de sus hijos. Usualmente, se estipula que los niños ingresan a la educación formal, en el Preescolar, alrededor de los 5 o 6 años.
«La oportunidad de interactuar con grupos diversos de niños promueve la conciencia cultural, la tolerancia y el respeto por la diversidad desde temprana edad.»
Desde una perspectiva teórica, expertos como Piaget y Vygotsky argumentan que el desarrollo infantil es el resultado de una interacción entre la maduración biológica y experiencias externas. La maduración y la experiencia, dos conceptos fundamentales, contribuyen de manera complementaria al proceso de crecimiento y adquisición de habilidades en los niños. La maduración se relaciona con los cambios internos biológicos y neurológicos que ocurren a medida que el niño crece, mientras que la experiencia involucra interacciones y estímulos del entorno. Ambos factores son esenciales para el desarrollo, ya que la maduración establece potencialidades y limitaciones, mientras que la experiencia moldea cómo se despliegan y aprovechan dichas potencialidades. Es crucial reconocer que la relación entre maduración y experiencia es compleja y recíproca: la maduración influye en la asimilación y aplicación de experiencias, y las experiencias a su vez pueden influir en la maduración biológica y neuronal.
Tanto en el hogar como en su entorno, los niños aprenden a través de una amplia gama de experiencias con las cuales interactúan. No obstante, en la educación formal, como la escuela, estas experiencias se diseñan intencionalmente con objetivos específicos. Un programa educativo de calidad en las primeras etapas estimula el desarrollo neurológico, cognitivo, físico, emocional y social, promoviendo conexiones neuronales más densas y complejas.
Una de las mejores maneras de garantizar el éxito educativo a largo plazo es involucrar a los niños en programas tempranos de educación inicial. Los centros de cuidado infantil brindan un entorno estructurado donde los infantes participan en actividades adecuadas para su edad, fomentando habilidades de resolución de problemas, creatividad, pre-matemáticas, pre-lectura y desarrollo del lenguaje. La exposición a estas experiencias educativas tempranas impacta positivamente en el desarrollo intelectual.
La interacción con sus pares, el aprendizaje de compartir, la espera de su turno, la comunicación y la colaboración, son habilidades sociales esenciales para la vida. Un entorno enriquecedor y de apoyo fuera del hogar contribuye al desarrollo de resiliencia emocional y autoconfianza en los niños pequeños. Maestros capacitados pueden brindar apoyo emocional, ayudando a los niños a gestionar sus emociones y construir una autoimagen saludable.
Los programas educativos iniciales incorporan actividades físicas y tiempo de juego, lo que permite a los niños pequeños desarrollar habilidades motoras finas y gruesas. El desarrollo motor grueso se refiere al control de los músculos grandes para ejecutar movimientos coordinados y controlados, como gatear, rodar, mantenerse sentados, pararse, caminar, correr, saltar, lanzar y atrapar objetos. El desarrollo motor fino se refiere a los movimientos de las manos y los dedos, incluyendo la manipulación de objetos pequeños, dibujo, pintura, uso de utensilios, recorte con tijeras y construcción con bloques pequeños. Estas actividades contribuyen al desarrollo físico y coordinación.
Una rutina diaria es crucial en la educación formal, ya que ayuda a los niños pequeños a establecer una estructura y previsibilidad. Esto puede beneficiar su bienestar general y sensación de seguridad.
Asistir a un programa de educación inicial facilita la transición a la educación formal. Los niños pequeños se familiarizan con el ambiente del aula, las rutinas y la interacción con profesores y compañeros, lo que facilita el ajuste al jardín de infantes o la escuela primaria.
En un entorno escolar, los niños pequeños están expuestos a un lenguaje rico a través de conversaciones, historias y canciones. Esta exposición respalda el desarrollo del vocabulario y la comprensión del lenguaje.
«Asistir a un programa de educación inicial facilita la transición a la educación formal. Los niños pequeños se familiarizan con el ambiente del aula, las rutinas y la interacción con profesores y compañeros, lo que facilita el ajuste al jardín de infantes o la escuela primaria.»
A través de diversas actividades y tareas, los niños pequeños aprenden a ser más independientes y autosuficientes. Desarrollan habilidades como vestirse solos, usar el baño y cuidar de sus pertenencias.
La oportunidad de interactuar con grupos diversos de niños promueve la conciencia cultural, la tolerancia y el respeto por la diversidad desde temprana edad.
En última instancia, los primeros años de vida son momentos sensibles para que los niños puedan alcanzar su máximo potencial, y la escuela puede ser un recurso valioso para los padres, brindando orientación sobre el desarrollo infantil, manejo del comportamiento y estrategias educativas.